Palabras, palabras, palabras

“[...] debéis dejar que la discreción os guíe. Ajustad en todo la acción a la palabra, la palabra a la acción...procurando además no superar en modestia a la propia naturaleza, pues cualquier exageración es contraria al arte de actuar, cuyo fin –antes y ahora– ha sido y es –por decirlo así– poner un espejo ante el mundo; mostrarle a la virtud su propia cara, al vicio su imagen propia y a cada época y generación su cuerpo y molde”


Shakespeare, Hamlet, Acto III, escena II


Somos lo que somos por nuestra capacidad de hablar. En el diálogo reside el poder de cambiar el mundo y el teatro es puro diálogo, pura palabra, juego. Y tal vez sea ese juego la única manera de comprender de qué va la vida. Los actores, directores, escritores y todos los que estamos en el otro lado del patio de butacas debemos conocer el poder de las palabras y la capacidad de las mismas: “quien tiene la palabra tiene el poder”. Por eso es necesario saber dirigirse al mundo, porque lo que sucede encima de un escenario, pequeño o grande, aquí o en la otra punta del mundo, es algo muy serio, es el comienzo de un cambio. 

Las palabras son las balas certeras que deben llegar al corazón del espectador, deben agarrarlo, zarandearlo, remover su interior sin piedad y abrirle las puertas a la nueva vida. No saldrá de la sala igual que entró, cuando pise de nuevo la calle no será la misma, su ciudad habrá cambiado, su vida habrá cambiado. Y eso sólo podremos conseguirlo mediante las palabras, precisos proyectiles que necesitamos saber usar, "somos profesionales de la palabra".

Y así nos pasamos la pasada semana de la mano de Miguel del Arco en el Pavón Kamikaze: reflexionando y trabajando en torno al poder y la capacidad de las palabras. Experiencia kamikaze donde las haya nos sumergimos en monólogos de los que zarandean y hieren. El actor se enfrenta cara a cara a un texto con el que dialoga: texto y actor se miran de tú a tú, hablan. Y a partir de ahí todo lo demás. 

Hablamos, autor y director. 
Hablamos, director y actor. 
Hablamos, director, actores, escenógrafo, iluminador, ayudante de dirección, figurinista, sonidista, utilero...
Hablamos, texto y actor. 
Hablamos, actor y director, director y actor. 
Hablamos, actores y público. 
Hablamos, público.
Hablamos, todos. 

Las palabras hieren y rompen, pero también curan. Son el asidero al que aferrarnos cuando no queda nada. Son el lugar al que acudir. Son el único confidente capaz de comprender, acompañar y no juzgar. Permanecemos en los demás a través de las palabras.

Lenguaje, divino tesoro. Cuidémoslo, usémoslo, querámoslo. 

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