¿Para qué sirve el amor?

¿Por qué somos capaces de volver como perros apaleados al primer silbido del ser amado?
¿Hasta qué punto podemos arrastrarnos por amor?

Dejar de ser, abandonarse en el otro, en su forma de mirar, de caminar, de fumar, de rascarse la cabeza cuando se despereza por la mañana, de vestirse, de leer; perderse en el olor, el sabor, en las manos, descubrir gestos del otro ya como propios. No ser para empezar a existir. 

¿Qué hay en ese ser al que volveríamos sin dudar a pesar de todo? 
¿Por qué somos capaces de dejarlo todo por volver a rozar unas manos?

La pérdida. El abandono. La huida de alguien sin piedad y sin motivo. Llegaremos a entender pero no a comprender, porque como decía aquella campaña él nunca lo haría. Y no se trata de perder la dignidad, sino de entender que sin una entrega total y absoluta el amor no es posible. El desencanto al saber que la entrega no existía, no era mutua.

Volveríamos como perros a esa persona de nuevo porque suponía algo más, porque era la vida que se abría de par en par ante nuestros ojos. Había alguien al otro lado del teléfono. Alguien escuchaba y acompañaba aunque fuera en la distancia. Y desapareció, y lo único que queda son mordiscos terribles de soledad. Una fiera que no deja de morder, que se calma de vez en cuando pero que ataca cuando menos lo esperamos. 

Soy la mujer más fuerte del mundo. Hay que serlo para soportar y encajar la pérdida. Para seguir adelante sola y sin miedo, a pesar del dolor. No importa, porque al final sabremos que todo ha valido la pena. Que repetiríamos todos y cada uno de nuestros actos porque vivimos, porque amamos. Sin miedo a volver a sufrir. Valió la pena. El dolor tiene sentido cuando la herida empieza a curarse.

Ella se agarra al teléfono como al último rescoldo de lo que queda de él. Y todos lo haríamos, si de verdad amamos, todos lo haríamos. Todos somos ella. Da igual tener plena conciencia de que lo que estamos haciendo es lo peor, hay un impulso mucho mayor que nos arrastra. Y no está mal. No somos peores personas. Tenemos derecho a amar sin límites, a equivocarnos, a llorar, a rectificar, a volver a caer, a sufrir, a perdonar. 

Todo eso es La voz humana, el grito, el último aliento que nos hace alzar la voz para no perder aquello que nos hizo vivir de verdad.

Es curioso observar a los que hay a tu alrededor cuando te enfrentas a esta función. Quizá es una forma de no mirar en uno mismo. Hay lloros, desesperación, negaciones de cabeza, miradas que se apartan de la escena, dolor, esperanza (sí, es posible), comprensión, todo. 

¿Para qué sirve el amor? Puede que para rozar algo parecido a la inmortalidad, quizá, quién sabe...

Atreveos a cruzar las puertas del Kamikaze y a subir las escaleras al Ambigú. Atreveos a plantarle cara a esa mujer sin juzgarla, simplemente comprendiéndola, acompañándola en su viaje. 

No saldréis ilesos.


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