Notas sobre la necesidad de desaprender
Probablemente todo esto
no sea más que una serie de ideas inconexas, pero son pensamientos, nociones, planteamientos
que últimamente me cuestiono y que puede que desaparezcan o cambien dentro de
no mucho, no lo sé. A día de hoy, creo que necesitamos desaprender en la misma
medida y con la misma importancia con la que aprendemos. A veces necesitamos
olvidar todo lo que sabemos para ser capaces de expresarnos con honestidad. Todos
estos pensamientos son simientes que por aquí y por allá otros han ido
sembrando en la selva que tengo por cabeza. Si alguien se reconoce en alguna
simiente le estoy muy agradecida porque un jardín sin flores no es más que un
trozo de tierra seco con paredes. Gracias por ser jardineros.
Unas son notas
resultado de encuentros con creadores estupendos, otras son ideas felices
propias (si es que existe algo puramente propio), reflexiones de cañas o café,
experiencias, lecturas, pensamientos de los que te asaltan a las tres de la
mañana. Muchas son perogrulladas o patochadas que la mayoría ya sabéis, pero no
sé por qué sentí la necesidad de compartir y abrir una puerta que no sé muy
bien a dónde da. Tampoco sé lo que toca los límites de la dramaturgia, de lo
actoral o de cualquier otra disciplina. Voy.
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Cero dramas. El gran drama solo lo
saben contar los genios. Los demás, si sucumbimos al deseo de grandilocuencia,
de contar la gran obra, caemos en el lance patético (en la mayoría de las
ocasiones; yo al menos caigo). El ataque al tema, a la cosa, al asunto, al
meollo o como quiera llamarse, debe ser indirecto y el resultado nos
sorprenderá, al igual que en el trabajo actoral. Mostrar el tema de forma
directa produce el efecto telediario,
la impasividad del que recibe la obra de arte. No podemos atacar el gran problema ni escribir la gran obra. Nuestro cometido como
artistas es buscar en lo cotidiano, en la vida alrededor aquello universal o
que pudiera llegar a trascender. Y como artistas nuestra labor estará en
encontrar la forma de volver a contar las grandes historias. El continente
alrededor del contenido. [Nota para alguien: yo también huyo de la palabra artista, también me parece muy grande a
pesar de haberla usado tanto en las últimas líneas pero en su día lo anoté así
y no he sido capaz de sustituirla por otra que no me pareciera igual de grande].
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Ningún personaje, a mi
modo de ver, se compadece de sí mismo o de su desgracia. Todos pelean. En el
plano dramatúrgico o artístico los grandes dramas no se afrontan de cara. Ir a
lo tangencial, que la tragedia te pegue en la cara como un chorro de agua
helada. Actuar las soluciones, nunca los problemas.
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No saber. La necesidad
de desaprender, de necesitar pelotas muy simples para jugar y olvidar todo lo
que sé. Jugar mucho. Tengo una técnica, una disciplina, un trabajo hecho pero
en el momento en que estoy ahí quiero olvidarlo absolutamente todo y entregarme
al aquí y ahora. Al final todo emerge de una forma u otra.
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Estar.
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Pararse a escuchar.
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Tener la voluntad de
creer.
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Escribir
es un dolor y la palabra nunca es suficiente. Armar
las palabras, cristalizarla, buscar la estructura sin tratar de imponerla
sino rebuscar hasta que nazca. Escribir libremente, sin pretensiones, desde la
humildad y el desconocimiento. La pretenciosidad se huele a kilómetros en los
textos. No saber, atacar, sin mayor voluntad que la de escribir. Imponerle algo
a un texto es matarlo antes de su nacimiento.
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No saber.
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El análisis viene
después.
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Respirar.
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La importancia del
bautizo, cómo los nombres cambian la percepción de la obra de arte.
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Lo que dices de mí me posiciona
respecto al resto. Lo que digo de ti, también.
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La obligación de ser creativa coarta todo lo que hago.
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Enharinarse.
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Hay que ir a los museos
y ver cuadros y olerlos y respirarlos y escucharlos y todo, menos tocarlos. Es curioso
cómo la contemplación de una pintura fuera del museo y a una escala reducida no
produce el mismo efecto que el cuadro original. Fragonard no levita, la mujer
de Hopper no respira y los ojos de la dama renacentista no te siguen con la
misma intensidad. Hay algo en el tamaño del cuadro, en el hecho de contemplarlo
frente a frente.
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Hay que cantar a todas
horas. Y pararse, otra vez, a escuchar.
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Tener la voluntad de dudar.
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Hacer.
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La poesía ya es
poética. No hay que teñirla de nada más en la actuación. Es como subrayar con
amarillo chillón una tipografía en negrita, cursiva y mayúsculas, es como echarle
azúcar al azúcar. Simplifiquémoslo todo. Si la palabra es fracaso, la poesía es
el mayor exponente de dicho fracaso. Dejémosla existir tal y como es, sin
mayores pretensiones.
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Jugar, bailar, soltar,
respirar.
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Re-conocerse.
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No saber nada.
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